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Los medios sociales vigilan la información

30 de abril de 2012

Los norteamericanos han extendido por el mundo anglosajón el neologismo nomophobia para referirse al miedo irracional a estar sin teléfono móvil, o sin señal, y al elevado grado de ansiedad que provoca el encontrarse en tal situación a muchas personas, mayoritariamente mujeres y jóvenes. Proviene de ”no-mobile-phone phobia”, aunque los británicos lo llaman T-Mobophobia por la compañía alemana T-Mobile, operador móvil dominante en el Reino Unido desde 2010, tras una joint-venture con France Telecom.

Se habla mucho de los aspectos negativos de las tecnologías de la comunicación. Las adicciones humanas, sin embargo, son muy antiguas y la nomofobia no debe ser para tanto cuando no la padezco yo, usuario de la telefonía móvil desde los primeros “pepinos” que nos vendían Motorola y Nokia a principios de los 90. Tal vez  deba agradecer mi nomofilia a las abusivas tarifas roaming que aplican las operadoras, especialmente agresivas hacia al tráfico de datos, o a mi interés por la observación directa y las relaciones humanas cercanas, que ningún método de telecomunicación puede sustituir durante mucho tiempo.

En cualquier caso, los mayores peligros que se atisban en el horizonte de la comunicación humana no parecen proceder de los riesgos -reales o supuestos- de los nuevos medios y tecnologías, sino de las propuestas de quienes los utilizan para justificar el apoyo a intereses inconfesables: más control y más negocio. En el polo opuesto, también nos han saturado de elogios sobre las mil maravillas de los nuevos medios, provinieran de usuarios entusiastas y poco reflexivos o de publicistas mercenarios. Tanto que, a veces, nos pasan desapercibidas verdaderas perlas que podrían ayudar a centrar el asunto.

El ocaso de Rupert Murdoch en UK

Estoy pasando unos días en el Reino Unido y, aquí, las intrigas de Rupert Murdoch vuelven a dominar los informativos. El detonante ha sido su declaración ante la comisión que investiga las irregularidades en la concesión de una licencia para uno de sus canales de TV  por satélite (BSkyB Inquiry, o Leveson Inquiry en honor al Sir que la dirige y, curiosamente, debe reportar sus conclusiones a uno de los principales sospechosos de conducta “inapropiada”, el todavía ministro de Cultura Jeremy Hunt); además, las autoridades reguladoras (Press Complaints Commission para la prensa y Offcom para la RTV) han extendido las pesquisas a otros periódicos y cadenas bajo control del magnate australiano.

Es un asunto de actualidad que tiene su enjundia. Tras un intento infructuoso de saldarlo con el típico sacrificio de un chivo expiatorio -le ha costado ya la cabeza a un subsecretario de Cultura-, no sólo ha puesto contra las cuerdas al ministro, sino que los laboristas y buena parte de los liberales también apuntan directamente al presidente, el conservador David Cameron. Me gustaría creer que supondrá el ocaso de la influencia política y económica de los mass-media, o como poco del todopoderoso Rupert Murdoch, pero no voy a pecar de ingenuo. Lo que más me interesa ahora mismo es un hilo secundario: el papel activo que están jugando Internet y las redes sociales, con una participación mayoritaria de los usuarios de smartphone y tablets, contra los excesos de los medios convencionales.

Colea el escándalo de las escuchas ilegales en “News of the World”. Los hechos se remontan a, como mínimo, la desaparición y asesinato de Milly Dowler en 2002. El periódico británico “The Guardian” comenzó a publicar sus averiguaciones en 2009. Sin embargo, la crisis no se desató hasta julio de 2011 y, al menos en el área hispana, lo que trascendió fue la rápida reacción y comparecencia pública de Rupert Murdoch, anunciando el cierre, junto con la triunfalista última portada de agradecimiento a sus fieles lectores. Estos gestos se revelan ahora como una prueba de la competencia de sus gestores de imagen, comunicación y marketing, quienes a menudo eligen el perfil más amable y beneficioso de la realidad, sin poder acusarles de mentir. “News of the World” no cerró por la buena voluntad de su propietario, sino por la retirada fulminante de las campañas publicitarias de sus anunciantes habituales (Boots, Dixons, Ford, Hallifax, nPower, O2, Sainsbury’s, the Co-op…), que estaban siendo bombardeados por las quejas de miles de usuarios desde Facebook, Twitter y algunos Bloggs.

Las escuchas ilegales de «News of the World»

Una de las muchas víctimas de las escuchas ilegales, el político laborista John Prescott, explica cómo las redes sociales mantuvieron vivas las investigaciones de “The Guardian” mientras eran ninguneadas por el gobierno y el resto de la prensa; cómo los usuarios de las redes sociales mantuvieron la presión cuando, al destaparse el escándalo por el caso Milly Dowler, la policía metropolitana de Londres y la administración directamente responsable intentaron contenerlo exclusivamente en ese caso y en el reportero directamente implicado… Hasta que la sostenida masa crítica de mensajes electrónicos hicieron inviable la operación de maquillaje y obligaron a actuar a las instituciones (en enero de 2011, David Cámeron tuvo que aceptar la dimisión de su jefe de prensa, Andy Coulson, anteriormente directivo del rotativo). Entonces, y sólo entonces, comenzó a destaparse el alcance real de una ilegalidad generalizada, así como la implicación de la empresa editora y la complicidad de algunos miembros de la policía y otros estamentos de la administración.

El artículo de Presccot describe en primera persona algunas de las prácticas habituales de la prensa amarilla británica. No pasarían de anécdotas chistosas si pudiéramos abstraernos de la intención premeditadamente falseadora,  de los maliciosos objetivos perseguidos y de los intereses políticos y económicos que los instigan. Este político laborista se está convirtiendo en un «twittero» convencido desde que, con un simple mensaje, en Junio de 2011 consiguió una rectificación de “The Sunday Times” (dominical de «The Times«) y, un mes más tarde, asistía al cierre de una de las cabeceras con mayor difusión por la presión de miles de usuarios en las redes sociales sobre sus anunciantes.

Ni solicitudes formales de rectificación, ni reclamaciones a los órganos profesionales encargados de velar por la ética y el fair play, ni demandas a los juzgados civiles o penales: la batalla por la honestidad mediática se pelea hoy en las redes sociales, como tantas otras cosas.